viernes, 22 de octubre de 2010

La familia americana se torna disfuncional


A tenor de los índices de audiencia y los premios cosechados en los diferentes premios anuales de televisión, la familia vuelve a estar de moda como excusa cómica para la ficción de la pequeña pantalla. Y lo hace con el descaro y la mordacidad que únicamente puede suscitar la disfuncionalidad. Se trata de voltear los consabidos clichés y las rancias formas de lo comunmente aceptado, y presentar un producto final excéntrico y a la vez cotidiano para el gran público. En cada familia, al fin y al cabo, existen particularidades que difícilmente mostraríamos a personas del exterior.
Son muchos los ejemplos de este nuevo movimiento de ficción cómico que utilizan los patrones de la sitcom como vía predilecta para llegar a los salones de los espectadores y que de modo muy interesante apareció en un reportaje de Rocío Ayuso para El País Semanal recientemente. Las desventuras de Charlie Sheen y su alter ego en Dos hombres y Medio han alcanzado ya la séptima temporada y su éxito de público promete un largo recorrido aún por llegar, mientras que la familia polígama de Big Love, protagonizada por Bill Paxton y Chloe Sevigny, ya cuenta con cinco años en antena a pesar de lo arriesgado de la propuesta en un país de un conservadurismo militante como Estados Unidos. También podríamos incluir en este grupo a la transgresora y algo bizarra serie de animación Padre de Familia, cuyo responsable, Seth McFarlane, se encuentra en la cresta de ola gracias a las también exitosas  American Dad y El show de Cleveland, ambas cimentadas bajo la apuesta sincera de retratar a la familia del modo más heterodoxo posible como máxima ineludible. Incluso el mundo reducido de Wisteria Lane, con sus Mujeres Desesperadas como representantes del feminismo más militante, puede suponer una manifestación más de una tendencia actual evidente.
No obstante, si en este curso ha sorprendido una serie por la frescura exhibida en su planteamiento y su clara apuesta por la familia como objeto del análisis cómico más divertido, esa ha sido Modern Family. Con tan sólo un año en antena, esta sería concebida por Steve Leviatan y Christopher Lloyd (hermano del responsable de otra delicia cómica, Cómo conocí a vuestra madre), se alzó con triunfadora absoluta en la pasada edición de los Emmys con seis premios entre los que se incluían el de Mejor serie de Comedia, el mejor guión y el de Mejor actor de reparto para Eric Stonestreet.



La premisa sobre la que se asienta es bien sencilla; tres familias de muy diversa naturaleza conectadas por parentesco a través de Claire (Julie Bowen). Esta forma junto a Phil (Ty Burrell) lo que podría catalogarse como una familia convencional compuesta por tres hijos, aunque la realidad que acontece cada día en la casa pudiera sugerir todo lo contrario. Por otro lado, el hermano de Claire, Mitchell (Jesse Tyler Ferguson), acaba de formar otra familia con Cameron (Eric Stonestreet), su pareja  y un bebé al que acaban de adoptar en Vietnam. Y al fin, Jay, el padre de Claire y Mitchell, viudo y ahora casado con una explosiva colombiana (Sofía Vergara) mucho más joven que él y con un hijo de diez años de una relación anterior.
Como es constatable, el juego que da una serie con este mosaico de situaciones familiares estrambóticas (es la primera vez que una cadena de televisión en abierto coloca a una pareja de homosexuales como protafonistas)  es incalculable, y sus creadores no han perdido la oportunidad de suscitar tanto el conflicto como el sentimiento aglutinador propio de las familias. Modern Family encuentra su principal virtud en la liviandad de sus episodios, de apenas 20 minutos de duración, en los que se plantea una o varias tramas que tiende a conectar los mundos distantes y a la vez tan cercanos de los tres núcleos familiares. De igual modo, la estética ideada con la que se narra las desventuras cotidianas, supone una ingeniosa vuelta de tuerca a los patrones tradicionales televisivos, ya que se utiliza una técnica muy cercana al mockumentary (véase al respecto el artículo de Online.com) Para ello, la cámara en mano y las declaraciones de los personajes insertadas a modo de confesor estilo Gran Hermano se erigen como herramientas indispensables de enorme valor y eficacia discursiva. La excentricidad, por otro lado,  de cada capítulo brota de modo espontáneo y con un nivel por lo general bastante elevado, aunque téngase en cuenta que no se eluden los lugares comunes o las evidentes fricciones utilizadas en otras comedias familiares.
Modern Family ha alcanzado la gloria de modo tan fulminante que algunos ya han llamado la atención acerca de la posible sobrevaloración a la que ha sido sometida. De gran interés es el artículo escrito por teuve, una de las comunidades albergadas por el sitio web de El País, en el que cuestiona la genialidad de la serie norteamericana y los perjuicios de la instantaneidad del consumo por internet del público.

Sea como fuere, Modern Family ha supuesto un agradable presente para la ficción cómica estadounidense que rompe con la hegemonía de otras apuestas muy alejadas de la familia como The Office o Rockefeller Plaza. Y es que es un hecho, lo raro triunfa: la familia no podía ser menos.

4 comentarios:

  1. Muy interesente, y además aprovechando la información para dos blogs.
    Hombre, que es broma, me están gustando mucho tus entradas.

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  2. Esta serie es una auténtica delicia. El padre de familia provoca una carcajada detrás de otra y los puntos de humor son muy renovados a lo que veníamos viendo. Dentro de las comedias familiares, sin duda lo mejor de los últimos años.

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  3. Lo ¿raro? triunfa. Tengo la sensación de que estos personajes son tan reales como la vida misma jajajaja

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  4. La verdad es que cada vez son más reales, pero donde se ponga la abuela con el ganchillo, la tia que no se va de casa y la vecina que te pide todo... todavia somos muy españoles!

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