En un mundo donde los sentimientos no importan tanto como el saber venderlos, el cinismo más recalcitrante y la doble moral descarada de aquellos encargados de forjar sueños, se constituyen como rutinas profesionales que inevitablemente terminan por ser llevadas al hogar. Quizás por ello, por esa mezcolanza de elegancia aparente, mentiras y luchas intestinas, una serie de televisión ambientada en los años 60 en torno al mundo de la publicidad como Mad Men haya cosechado un éxito tan apuballante que traspasa las fronteras de lo estrictamente artístico y se interna en otras esferas como la moda o la prensa popular. Ayer jueves, Canal+ dedicó toda la programación de la jornada a rememorar la tercera temporada de la serie estadounidense como preludio necesario al estreno en España de la esperada cuarta temporada, desde hace algunas semanas emitiéndose en Estados Unidos. El efecto Mad Men se expande.
La llegada a España de una nueva entrega de la serie confirma la enorme expectación que se ha creado en torno a las desventuras de Don Draper y sus colegas de oficina de la avenida Madison de Nueva York. La serie de la cadena privada AMC (responsable de otro título tan interesante como Breaking Bad) nos traslada a los inicios de la era de la publicidad, una época en la que las restricciones que conllevaron la postguerra han desaparecido en favor de un consumismo feroz que inculcar en la mente de los nuevos compradores. Más allá de la mera crónica financiera-creativa que se presupone en este tipo de empresa, Mad Men indaga en las relaciones interpersonales de sus trabajadores y desvela los tratos manifiestamente vejatorios a los que se sometía a las mujeres, vistas como meros objeto de deseo en el lugar de trabajo y recluídas a puestos sin responsabilidad alguna. La situación de la mujer en el hogar tampoco era mucho mejor, condenada a cuidar a una familia sin más aliciente que permanecer incorruptibe al paso del tiempo.
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Como se preguntaba Jon Hamm en una entrevista concedida a la agencia Efe en la feria audiovisual Mipcom de Cannes a comienzos de Octubre (artículo aquí), "¿Qué le pasa al mundo, que ha convertido a estos maestros del engaño y la infidelidad en sus nuevos héroes?". Es indudable que lo polémico o todo aquello que está prohibido atrae y mucho al público. La conducta de los personajes de Mad Men no es ni mucho menos modélica, sin embargo fascina a una legión de incondicionales. El pasado miércoles el diario El País publicaba un reportaje, "El día en el que Mad Men cambió sus vidas" (artículo), en el que se afirmaba que la serie se "había convertido en un icono de estilo y de un modo de hacer televisión", oponiéndose a la hegemonía de ficción que detentaban las cadenas públicas ABC, NBC o Fox. ¿La razón? Se ofrece un producto de calidad que rompe con las dinámicas tradicionales de las series televisivas y que concibe al espectador como un sujeto activo y exigente.
El efecto Mad Men es hoy día un hecho incontestable. Ahora llega la cuarta temporada y aún queda mucho camino por recorrer. Como decía ayer Hamm en una entrevista a Clarín, "podríamos llegar a la decada de los 70".
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